jueves, 15 de diciembre de 2011

Moll Flanders

A pesar de que Moll Flanders es una de las obras de Daniel Defoe más reconocidas, lo cierto es que es una obra que muestra las carencias estilísticas de su autor, considerado como novelista. A pesar de que en el momento de su aparición (en torno a 1722) la forma “novela” estaba ya bien difundida, el desarrollo del relato y, sobre todo, el estilo empleado, hacen que nos topemos con una suerte de diario íntimo cuya forma es abrupta y, en ocasiones, demasiado autorreflexiva.
Con todo y con eso, Defoe logró poner por escrito las aventuras en primera persona de una mujer, algo inusual para la época; y lo hizo con una honestidad desconocida, sin sentimentalismos románticos ni (demasiados) tópicos. Moll Flanders, cuyo verdadero nombre nunca llegamos a conocer, es una mujer intrépida, corajuda e inteligente. Buena prueba del carácter independiente y decidido de esta heroína es el hecho de que ningún hombre tenga el más mínimo protagonismo en el libro; pese a contraer matrimonio hasta en cinco ocasiones, los esposos de Moll no son decisivos ni para la historia ni, por supuesto, para la mujer.
De hecho, Defoe presenta a su protagonista con desparpajo y resolución, mientas que en otras la pinta como temerosa y vacilante. Tal vez ése sea uno de los elementos más descuidados de la historia, ya que en ciertas ocasiones actúa de una forma arrojada y otras de manera bastante más prudente; inconsistencias que, aunque humanas, restan algo de credibilidad al personaje.
Quizá el rasgo más interesante de la novela y de su protagonista sea la fina línea que separa el bien del mal; o, mejor dicho, lo socialmente correcto y lo incorrecto. Defoe pone en boca de su heroína buenas intenciones, sobre todo después de que la encarcelen como ladrona; y en cierto modo son sinceras, ya que era difícil sustraerse a la moralidad general de aquel tiempo. Sin embargo, la línea que divide un acto reprochable de otro honrado es cruzada muchas veces: Moll no siempre se justifica, pero debemos entender que está dispuesta a cualquier cosa con tal de no pasar hambre y verse sumida en la indigencia. A lo largo de su vida ella trata de acomodarse a sus circunstancias, pero cuando ve que hay ocasión de sacar provecho, o de mejorar su posición, lo hace sin la menor duda. Los escrúpulos morales no tienen cabida en su mente, pese a que en alguna ocasión un innato sentido de la justicia la evite problemas mayores; en general, sus acciones buscan el beneficio personal, sin consideraciones sociales o culturales. De ahí que la protagonista cobre una profundidad inusitada, sobre todo si tenemos en cuenta el momento en el que la obra fue escrita. Toda una lección de independencia y de hondura que Defoe dejó a la posteridad.
Sólo el estilo elegido para narrar estas desventuras afea el conjunto de la obra. Al igual que hacía en Robinson Crusoe, el autor eligió una voz en primera persona que desgrana sus vivencias con detalle y memoria prodigiosa; no obstante, esta opción, tan elegante y efectiva en su anterior obra, hace de Moll Flanders una novela demorada y falta de ritmo. La casi total ausencia de diálogos (que, por otra parte, casi actúan como monólogos interiores) y el enfoque de las escenas de acción (las menos) hacen que el libro sea muy tranquilo, en ocasiones demasiado lento, lo cual no casa con la enorme cantidad de anécdotas que la protagonista expone. La narración en primera persona hace que las desventuras de Moll adquieran un carácter abstracto, ficticio, y es difícil entrar en su desarrollo; sólo en los momentos más solitarios y reflexivos es cuando la opción literaria se hace válida, mostrando a la heroína en toda su profundidad y con todos sus defectos y virtudes.
A pesar de ello, Moll Flanders es un curioso documento que sirve para poner de relieve el gran esfuerzo que Defoe hizo para crear un personaje auténtico, fuerte y complejo. Su sexo, pese a ser lo más importante, es (perdonen la contradicción) lo de menos.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Tartufo

2.4Contexto histórico literario

El siglo XVII es el gran siglo del teatro de la literatura universal, pues coinciden en escena autores tan importantes como Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca en España, Christopher Marlowe y Shakespeare en Inglaterra y como representantes del llamado Teatro Isabelino y Corneille, Racine y Moliere en Francia.
En realidad, se trata de un periodo de máximo esplendor conocido como el siglo de oro en la literatura española o el Grand Siècle para la francesa, debido a la gran cantidad de autores que escriben en ese momento, tales como el fabulista Jean de La Fontaine ,Madame de La Fayette con la novela La princesa de Clèves etc.
Aunque hubo una pugna casi constante entre los partidarios del respeto a las normas clásicas y los defensores de la libertad creadora; lo cierto es que, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo, la literatura francesa se caracteriza por el respeto al clasicismo, de ahí que en teatro encontremos las siguientes características:
- respeto de las tres unidades clásicas: unidad de acción (un solo tema), unidad de lugar (la acción debedesarrollarse en un solo escenario) y unidad de tiempo (la acción no durará más de un día);
- separación de lo trágico y lo cómico;
- finalidad moral de la obra
- y respeto del decoro poético, evitando acontecimientos y palabras que atentaran contra el buen gusto.
Desde el punto de vista puramente histórico varios son los acontecimientos destacados tales como la victoria de Inglaterra sobre la Armada Invencible en 1588, que supuso la consagración de la hegemonía marítima inglesa. la guerra de los Treinta Años (1618-1648) y la sustitución de la hegemonía continental de España por la de Francia.